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La conquista de Navarra y los siglos XVII y XVIII en Miranda

1512 supone la desaparición del Reino de Navarra como entidad política independiente. Para Miranda es el inicio de una nueva etapa en la que los fueros y privilegios otorgados por los reyes navarros desaparecen, de la misma forma que desaparece su castillo, símbolo de la importancia medieval de la villa. Integrada Navarra en Castilla, Miranda volverá a vivir una etapa de esplendor desde finales del siglo XVII y todo el siglo XVIII, que se verá reflejada en su importante producción artística, visible en la decoración de la iglesia y en la construcción de casas nobiliarias.

La conquista de Navarra

Probada ya su lealtad a los reyes navarros, los mirandeses volvieron a enfrentarse al ejército castellano en 1512. La plaza mirandesa, liderada por el alcaide de su castillo D. Ladrón de Mauleón, resistiría junto a otros pueblos fiel a Juan de Albret. Sin embargo la superioridad numérica del ejército castellano acabó con toda resistencia navarra. En septiembre de 1512 los representantes mirandeses reconocían a Fernando el Católico como rey, al mismo tiempo que éste reconocía sus fueros. Para evitar cualquier posibilidad de rebelión por parte de los navarros, desde Castilla se ordenó la destrucción de todas las plazas fortificadas, labor que llevó a cabo del Duque de Alba y que acabó con el castillo medieval que tanto había significado para Miranda en tiempos de los reyes navarros.

El señorío de Lerín

Poco duró el reconocimiento por parte del rey castellano de los fueros y privilegios que los mirandeses habían recibido de sus antiguos reyes. En 1514 el Conde de Lerín, aliado castellano durante la conquista, recibió la jurisdicción de Miranda (cobro de impuestos y otros privilegios) como premio a su ayuda en la conquista del reino, quedando la villa incluida en el señorío de Lerín. Los mirandeses se negaron a aceptar esta situación, llegando a resistirse físicamente y a pleitear, durante años, por sus fueros y privilegios antiguos, que conseguirían recuperar a finales del siglo XVI.

Bartolomé de Carranza

El dominico Fray Bartolomé de Carranza (1503-1576) es, probablemente, el mirandés más universal. Todavía se conserva en miranda la casa en la que nació y vivió sus primeros años. Ordenado dominico en 1520, durante años impartiría clases de teología, participando en el Concilio de Trento como teólogo en sus primeras etapas. Viajó a Inglaterra en 1554 donde participó en la restauración católica. En 1557 alcanzaría el mayor rango de la iglesia española al ser nombrado arzobispo de Toledo. Sin embargo en 1559 sería apresado por la inquisición y acusado de herejía, iniciándose un proceso de 17 años. En 1576 sería por fin absuelto muriendo pocas semanas más tarde de ser puesto en libertad.

Casa familiar de Bartolomé de Carranza

En 2003, con motivo de la celebración del V centenario de su nacimiento, los vecinos de Miranda de Arga participaron en la escenificación de una obra teatral que repasaba la vida de Bartolomé de Carranza, desde su infancia en Miranda hasta sus últimos años en Roma. Como escenario se dispuso la fachada del Palacio de los Colomo, el actual Ayuntamiento.

Mirandeses en América

Bartolomé de Carranza no sería el único mirandés que se haría un nombre lejos de nuestra villa, incluso lejos de las fronteras del reino. Fueron varios los mirandeses, de buena familia en su mayoría, que partieron hacia América buscando amasar fortuna. Escalaron en la administración indiana, llegando a ocupar cargos de de relevancia en la administración de ciudades como Cartagena de Indias, Guayaquil, Quito o Cochabamba. Personajes como Pedro José Fidalgo y Enríquez, Bernardo alcalde y Arburua, José Orzaiz y Andía o Juan Antonio Celaya y Vergara, que llegó a ser gobernador de Popayán y capitán general de Quito, que se encargó de sofocar revolución de los Estancos en 1765. Esta profusa migración de hombres de buena familia se debía en gran medida a las rígidas normativas de herencias de casa y propiedad, que obligaba a los hijos no primogénitos a buscarse la vida fuera de la casa familiar, en estos casos más allá del océano. Las posibilidades y el ansia de riqueza personal, también facilitaron la salida de mirandeses, al igual que otros muchos navarros, hacia América.

Los mirandeses que emigraron a América y alcanzaron importantes puestos y amasaron riquezas, contribuyeron al enriquecimiento del patrimonio artístico de Miranda

La existencia de todos estos mirandeses que consiguieron hacer carrera en la administración indiana no pasó desapercibida en Miranda. Muchos de ellos, que amasaron grandes fortunas, desde su lugar de residencia o al volver a Miranda, llevaron a cabo iniciativas de revalorización del patrimonio artístico local. Muchas de las obras artísticas que hoy en día podemos contemplar en la parroquia de Miranda o en la ermita de de Nuestra Señora del Castillo se deben a donaciones de estos hombres.

 

Escudos señoriales que podemos encontrar en las fachadas de algunas casas de Miranda

El Barroco en Miranda

La llegada de donaciones de América y la estabilidad política y económica del siglo XVIII va a facilitar la aparición de numerosas construcciones, tanto religiosas como civiles, en Miranda. La renovación urbanística introducirá importantes mejoras, aunque todavía no se rebasará los límites del recinto medieval, entre las que destacan la aparición de numerosas casas señoriales. Las casas familiares de estirpes mirandesas de ascendencia nobiliaria incluyen sus blasones y escudos de armas y se pueden contemplar en varias calles de la localidad. Dentro de los edificios de la nobleza mirandesa, destaca sobre el resto el Palacio de los Colomo, perteneciente en realidad a la familia Vizcaíno, en una de las antiguas puertas del pueblo, el Portal, y que acoge actualmente el Ayuntamiento. Entre los edificios civiles encontramos también la Torre del Reloj, de estilo mudéjar, y que formaba parte de una de las antiguas puertas que daban acceso al pueblo, el Portalejo.

En cuanto a los edificios religiosos, la iglesia del siglo XIII se vio ampliada con varias capillas durante los siglos XVII y XVIII y se pobló con retablos, incluyendo el retablo mayor que preside el altar. De acuerdo con el nuevo espíritu de la Contrarreforma, se produce una obsesiva labor de renovación retablística, un esfuerzo que sólo la iglesia podía afrontar económicamente. La alineación de Navarra con la candidatura borbónica en la guerra de sucesión, permitió al viejo reino gozar de una buena posición durante el siglo XVIII, que en Miranda se tradujo en una gran labor decorativa en el templo. De este siglo son sus retablos, el órgano, el pórtico, dos nuevas capillas e infinidad de reparaciones.

Esta actividad se vería interrumpida durante el siglo XIX, plagado de guerras, crisis y cambios políticos que no permitieron continuar la renovación artística que se estaba produciendo en Miranda.

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